Hubo un tiempo en que buscar novia, en las zonas rurales, representaba, para los hombres, un quehacer más, un master, para que su situación fuera socialmente completa y su estado civil el definitivo.
Al primer afeitado y la prestación del servicio militar obligatorio, le seguía la autorización a fumar en presencia de mayores, la obtención del permiso de conducir, y, finalmente, encontrar pareja.
Consistía en una prueba que encerraba cierta dificultad, y, en la que participaba, de alguna manera, el resto del clan.
Llegaba un día en que el cabeza de familia, (al padre se le llamaba así) te ponía la mano en el hombro, y, ritualmente, te decía, Julianín ha llegado la hora de que busques novia. Y tú, ya sabías lo que te tocaba.
El mundo aunque ya era redondo y tenía los dos hemisferios conocidos, contaba, además, con otra separación. Lo femenino y lo masculino, aunque coexistían en un mismo planeta, hacían vidas separadas, no llegando a encontrarse nunca.
Eso condicionaba la actuación de los varones, rudos e inexpertos por un igual, se sumergían en un océano sin saber nadar.
Las chicas estaban exentas de esta actividad, cediendo toda iniciativa, y, participando pasivamente. A Julita le había salido novio, como se anuncia la irrupción de un orzuelo, algo ajeno a su voluntad. O se comunica la exigua fortuna de un sorteo.
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