Durante los días festivos encadenados, en ese periodo conocido por puente/acueducto, las ciudad gastada recobra una fisonomía de postal antigua, y, deviene en un pueblo grande y callado. De una dimensión asumible, humana, practicable.
Alterando, su diaria algarabía, y, trasiego de Babel moderna, en un espacio amigo, confortable, donde la vida transcurre, perezosa, a una velocidad de 33 rpm, pausada, calma, sin ánimo de competir, por la mortal evidencia de que nos vencerá, y, secundará a todos.
Con un tránsito menor, amable, casi imperceptible. Aquí un ciclista accidental destronando a una paloma en mitad de la calzada.
Sus calles, vacías, parecen tomadas por un invisible gas, benigno, que aullentara a las personas, o, que sus pobladores, fueran tan tímidos que, no osaran salir de sus casas.
O que hubieran descubierto los efectos curativos, reparadores, del silencio, y, estuviera prohibido, con tarjeta y expulsión, mancillar su benefactora quietud.
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