martes, 15 de diciembre de 2015

Paul Mark And His Orchestra And The Geishas ‎- 12 1/2 Geishas Must Be Right



Conviven diversidad de formas de prosperar en la escala laboral, siendo más rápidas y directas, las, en mayor o menor grado, inconfesables, ya que por su misma condición de alegalidad, conocen y disfrutan de atajos o brevedades vedados a las, rutinariamente, meritorias.

Una de esta modalidad garantizada es el ascenso coñero, que, como su propio nombre indica, consiste en escalar puestos por vía vaginal, no por el conducto, físicamente imposible, pero si como una forma comercial actualizada del pago en especies, o, en recuerdo del extinguido trueque.


Difiere de su hermana gemela, la vulgar promoción camastrera, en que el sujeto protegido no participa, pasiva ni activamente, en el uso y disfrute de la carne, y, su inmediata elevación, se ejerce por delegación, en una extraña suerte de carambola. Es decir, alguien muy allegado incide en la titular de un coño estratégicamente situado, para que a través de este medio, influya, canalice y surta efecto la deseada petición.

Como verán la fórmula presentada aquí, goza de mayor grado de sofisticación, pues, la maniobra no se aprecia, a simple vista, quedando entre un si es no es, y resulta, desde luego, más aséptica, al quedar diluida y enmascarada.

Se nota, en último extremo, en que al incorporarse el recomendado al nuevo destino, le respetan, escrupulosamente, el tiempo reservado para desayunar en su primer día de trabajo.

Los buenos marchan solos



Existe una máxima mínima en el mundo laboral que sintetiza, como, los mejores trabajadores, los buenos, siempre se van primero, por sí mismos, abandonando cualquier inestable circunstancia empresarial, o, incluso, en situación de aparente tranquilidad.

Es decir, los más capaces, tienen un grado de fusión más bajo, y, por propia suficiencia, se ven impelidos a enfrentarse con nuevos retos, desechando la conocida comodidad, a sabiendas, por el riesgo de un futuro incierto.

Reconozcamos, de entrada, que estos asalariados son molestos, en tanto en cuanto, distorsionan el grisaceo nivel existente, y, perturban la estable mediocridad.
Son gente extraña. Pues, aún no deseandolo, evidencian las carencias del resto de sus compañeros, y, sin pretenderlo, consiguen despertar alianzas, en un ejercicio de auto defensa, por parte de esa mayoría posicionada en frente, como bando beligerante opositor.

Para mayor desgracia, su encomiable esfuerzo y abnegada dedicación no sirven de acicate/ejemplo para estimular al grupo. Muy al contrario, despiertan todo tipo de  profundas envidias, oscuros rencores, aviesas traiciones, y, en lugar de provocar, la necesidad de imitarlos, por afán de superación, generan el deseo gremial de exterminarlos.

Por otro lado, los jefes conocedores de las capacidades de sus empleados, los maltratan, precisamente, por ser resolutivos, en un indisimulado ejercicio discriminatorio, pues los asedian, asiduamente, con trabajos extenuantes, o, simplemente, encomendadoles los más complicados, en beneficio del resto, pues al preferirlos, se aseguran con su elección el éxito del proyecto.

Hasta tal punto son poco considerados, que su labor y destreza, no merecen reconocimiento, pues, en su caso, se considera natural y predecible, en contraposición al trabajo desarrollado por los demás, que merece los mejores calificativos y abundantes elogios al saberles mermados por limitaciones o incapacidades.

Por complejas y diversas razones, estamos gobernados/dirigidos por gente fiel a no se sabe a que, o, a quien, en detrimento a la eficiencia. 
Y así nos luce la calva.