Con Blossom Dearie entramos en otra dimensión. En principio rompemos con el mito, creando otro mito, asociado a las divas del jazz, consistente en que para ser cantante tienes, necesariamente, que llevar mala vida, y por ahí, no me voy a extender, y por otro lado, damos origen a una nueva forma de hacer las cosas, sin prisas, sin aspavientos innecesarios, sin concesiones, sin estridencias, de una forma dulce, (casi como cantaría un cisne, llegando al lago) educada, amable, sensible sin sensiblerías, cariñosa sin caer en la ñoñez, y aquí nos quedamos.
Tenía esta señora aparte de una excelente voz y un gusto exquisito para cantar, para decir, para susurrar, tenía, digo, un punto, un atractivo, o, a mí me lo parece, por el cuidado que su persona refleja hacia el orden y la limpieza. A ver si me explico. No, ya, que se duchara cada día, que también. Expendía un encanto y frescura, a naturaleza, a pan recién hecho, a limpio, a calor de hogar. Luego, ya de mayor, la hubieras seguido amando por sus previsibles excelentes rosquillas.
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