Quienes están de cara al público, y, tienen relación directa con clientes, en cualquier actividad comercial, (es decir, todo Dios) conocen lo caprichosos y dispersos que suelen ser, la mayoría, hasta tal extremo que te colman la paciencia, un día y otro, también, con su imprecisión, y falta de rigor y criterio.
Hay que ver lo mal preparados y perdidos que van como consumidores, y, con que deficiencia desempeñan su papel. Todo el mundo, en esa condición, se pone de acuerdo para solicitarte aquello que ya no queda, no se fabrica más, o, simplemente no existe.
Trasladado a nuestro negocio, esa inconcreción se agrava pues el catalogo de solicitudes en nuestro ramo es inabarcable.
Pues no se imaginan lo fácil que le resulta al común de los humanos perder cosas, enseres, objetos, personas. O incumplir compromisos, acuerdos, pactos, alianzas, fidelidades. Y es ahí donde aparecemos nosotros, llegando adonde ni mutuas ni seguros, te cubren:
Ful Services. Con anagrama y todo.
Por eso, cuando aquella mañana Adolfo (nuestro conserje) me hizo un guiño queriendo avisarme que antes de abrir ya tenía a alguien esperándome, supuse lo peor, y, noté el clásico retortijón premonitorio. Te lo advierte el estomago. Es una sensación corporal, nada reflexiva, instintiva, automática.Las presentaciones obligadas, la acostumbrada introducción sobre nuestra eficiencia y trayectoria, las cuatro preguntas clásicas para situar la gestión (medio por el que nos conoce, si viene recomendado, si ha sido cliente o perjudicado) y dar paso al relato del motivo de su visita.
Por eso cuando me solicitó que, si eramos tan buenos como anunciaba, le encontrara en medio del despiporre general "un palmo limpio" se confirmó mi temor.
Evité responderle que se trata de un concepto, y, por las buenas intenté sacármelo de encima, pues sin duda nos visitaba el cliente filósofo, el más odioso, o, ya estábamos, otra vez, en el día de los inocentes.
Fulgen.
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