A la desaparición de cada figura del espectáculo, apartado cómico, les siguen, tras los forzados y reglamentarios duelos, unos tímidos reproches, veladas criticas, con la boca pequeña, sobre excentricidades de su comportamiento, y, ciertas peculiaridades de su carácter ajenas a la imagen asociada de simpático, que goza todo aquel que vive del noble arte de hacer reír.
Es decir, por una regla no escrita se malinterpreta que los artistas, entreteneurs, no sufran una transformación para adaptarse al personaje/papel que desempeñan, y, que su vida antes y después de la función sea una prolongación de la obra, de tal modo que van largando chascarrillos, parodias y bromas, mientras ejercen de ciudadano anónimo.
Nada más lejos de la realidad: por los testimonios recogidos en diferentes pero iguales circunstancias, quien ha disfrutado de un trato cercano a ellos por vecindad, comercial o por casualidades de la vida, te los describen, generalmente, como unos malapata impresionantes.
Se diría que su profesión les agria el carácter, les genera un "grisú" de los escenarios, se vuelven esquivos, antisociales, lo cual les hace refugiarse detrás de unas gafas de sol, celosos de su identidad, para ir a comprar tabaco, aunque sean las 6 de la tarde.
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