La lectura de la crónica destacaba como argumento definitivo avalando su éxito, el hecho de tener repartidos por el mundo 65 millones de discos, y este Tal cantante, (Nº 1 en Turquía) amenazaba, después de algunos años de silencio, con publicar, en breve, un nuevo trabajo siguiendo la estela y el tirón de su nombre, añadidos a una laureada carrera a la espalda.
Y a mi, me perece bien. Pero no es suficiente. Aún valorando el mérito que supone vender discos por containers no me acredita la categoría de un interprete y menos condiciona la necesidad de que me guste. La imbecilidad es contagiosa y no conoce fronteras. Para saber si un cantante tiene recorrido hay que esperar al final, cuando acaba, en un balance general y definitivo. Así lo juzgue la historia.
Sucede igual con las canciones: hay que darles un margen, un periodo de gracia, de 50 años. Es una prueba del nueve largo: si pasado este tiempo siguen emocionando la cosa funciona. Este es el caso de Lazy Afternoon de Latouche & Moross en esta portada de sardinas en busca de una envasadora de manos expertas que las coloque, capituladas, como personas ocupando un vagón de metro en hora punta.