Es legendaria la existencia de este personaje que no tenía rostro hasta la aparición de Rowan Atkison dando vida a Mr. Bean, dibujando un retrato entre malvado y torpe, tal vez, grotesco, pero, en cualquier caso, inconveniente por sus efectos devastadores.
Pero su existencia es anterior, tiene varias categorías (especialidades) y, adopta muchas caras en infinidad de repetidas identidades.
Lo primero que llama la atención es que su aspecto no le delate, lo cual es, de inicio, preocupante. Ni un síntoma, ni un gesto, ni una mínima expresión dan muestra de lo letal que resulta.
Suele ser una persona apocada, discreta y conciliadora. Es decir, su actitud y presencia, junto con su modus operandi, viene a ser un disfraz, como lo es el dibujo en la piel de la serpiente o el tono del tigre, que se confunden integrados en el paisaje.
Se caracteriza porque no tiene prisa. Su misión desafía al tiempo, que es su mejor aliado. Teje la tela de araña con este ingrediente y sus movimientos, calculados, metódicos, recuerdan a los de ajedrez.
Opera en una frecuencia de onda distinta a los demás, de la misma forma que los que hallan algo, siempre caminan rastreando el suelo.
Su quehacer es fructiferamente infructuoso, baldío.
Es una acumulador de negatividad.
Genera campos magnéticos que atraen a la adversidad pero, ay!, en el momento que se concretan y materializan, ya no está en lugar para sufrirlos, trasladando el perjuicio a sus acompañantes.
Por donde pasa, nada vuelve a ser lo que era, restando el brillo a las cosas e infringiendo la sensación ajada y muerta que desprende un paisaje quemado.