Uno, por cuestiones de edad que no vienen al caso, le tiene querencia a las baladas o canciones lentas, material imprescindible para poder ejecutar las evoluciones lógicas que, imitando a un palomo, alrededor de su pretendida pareja, constituían la liturgia requerida de acercamiento para iniciar la conquista.
(El asunto de hoy, va, a poder ser, de folleteo; pero ya veremos, a lo último sino se tuerce la cosa, en el sentido figurado).
Eran tiempos duros y fríos, -los inviernos duraban entonces 15 meses largos- llenos de incomprensión y carencias. Lo que más teníamos era eso, carencias. Estábamos a rebosar, nos salían por todas partes. Mira tu como estaba la cosa, que para que te dieran un plátano, tenías que fingir una enfermedad grave, casi terminal. Se le atribuían por aquel entonces, dicho sea de paso, a los plátanos de Canarias unas propiedades curativas de no te menees.
Pero a lo que vamos. Dependíamos totalmente de los lentos. No era como hoy, que se le puede decir a una chica: oye perdona, te apetece follar? Y lo correcto es que te diga: hecho. Entonces, no. El follar iba de contrabando como el tabaco de Andorra. Tenías que desarrollar unas estrategias, para hacerlo venir bien, y, que la cosa cuadrara. (Vamos a poner otra lenta a ver si se anima esto).
Y claro, formaban parte de nuestro "modus follandi", -el vivendi era otro, hasta llegar ahí-, y las necesitábamos para estrechar lazos o lo que fuera, con tal de comprimir la distancia entre los sexos que, por entonces, solo existían dos.
La gente iba a las discotecas no a drogarse, el drogarse no era urgente, era más prioritario desfogarse, y, para ello había que ligar, y para ligar tenían que poner lentos. (No se si me seguís).
En todo caso seguiremos...
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