lunes, 4 de septiembre de 2023

Atolón Bikini y una de calamares



Un poquito de geografía y malas noticias para abrir el apetito. 
Bien, el asunto es que se desarrollaron unas pruebas nucleares en esa zona durante los años 40/50 y de ahí, que el mundo conociera la existencia de estas Islas pacificas y acogedoras. 
Unos diseñadores franceses, aprovechando el momento, utilizaron esa fama para bautizar a un escueto traje de baño de dos piezas con este nombre.



Más tarde alguien compuso el hit, canción de todos los veranos, Bikini Amarillo (Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polkadot Bikini), para que después unos avispados empresarios barceloneses abrieran un local de copas con ese mismo nombre y finalmente, ahí es donde queriamos llegar, sirvieran en esta discoteca el sandwich de jamón y queso por primera vez, según dicen. La gente pedía por ahí, "ponme un bocadillo como el de Bikini" (la sala) y, por deformación y vagancia, finalmente quedar en solo Bikini.



El problema es que ya no hay manera de saborear un Bikini como Dios manda. Esta es una de las tragedias que nos atormenta. En la mayoría de los casos, traen los sandwich fabricados con nocturnidad y alevosia, envueltos en papel transparente, los ponen en una plancha, vuelta y vuelta y a cobrar. Noooo! Pero, como es posible?
A nadie se le ocurre ya, explicar a sus empleados que el Bikini se hace calentando, por separado y por ambos lados las dos rectángulos de pan untados con suficiente mantequilla y cuando están tostados, suficientemente torrados, incorporar los otros componentes: el humilde jamón York y el sumiso queso para su fundición.


Es decir, estamos hablando de hermanar, conjuntar, tres elementos para que con la función del calor, se agrupen, se mimetizen, se unifiquen. Y cuando degustemos un pedazo, sea una unidad que, desmontándose, nos sorprenda dejándonos el sabor de sus tres componentes.

(Pequeño homenaje a Manuel Vázquez Montalbán)

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