Revisor de tren, atacado por un pasajero, pierde el lóbulo de la oreja. (De los periódicos)
El conocimiento de esta noticia me trae el recuerdo de este hecho:
Las prisas después de un primer enlace en metro hasta alcanzar la estación de tren, con la dificultad añadida de arrear el paso a dos niñas de entre 8 y 10 años, permitieron a sus madres, en calidad de acompañantes, adquirir, raspadas, los billetes, y, con angustiosos forcejeos, ayudadas por ese empuje que te nace cuando lo necesitas, y, que desconocías poseer hasta entonces, ganar el acceso al vagón de un convoy que, indefectiblemente, es más puntual cuanto peor vas de tiempo.
Ya instaladas, respiraron, profundamente, satisfechas, pues habían superado esa primera prueba de carretear los pesados equipos de patinaje en un medio hostil, no siendo usuarias, para nada, de este transporte y dirigiéndose, por primera vez, a un pueblo cercano, donde, las pequeñas, ilusionadas y nerviosas, participarían en una exhibición/examen de este deporte.
Un tiempo limpio, soleado, colaboraba, solidario, estando de su parte, y, la mañana aportaba ese brío y vigor de las cosas, nuevas, recién hechas, certificando que "era del día".
Nada empañaba sus inquietudes, aprovechando el trayecto para mordisquear, con desgana, como solo saben hacer las pequeñas, más inquietas, y preocupadas por la excepcionalidad del viaje, que, en comer un bocadillo que bien podrían hacerlo en cualquier otro momento.
El tren recorría el tramo con rapidez pero no tanta como bate el corazón desatado, lleno de deseo, de unas jovencitas que esperan su momento de gloria.
Y para que la secuencia fuera completa, en eso llegó el revisor.
(Aclaración previa: En según que países, junto a un sueldo, le das una gorra de plato a cualquier pelagatos y ya tienes un capitán general.)
Severo y ceremonioso, con gesto demasiado agrio para los aparentes pocos años en activo, solicitó como comprobación los billetes. Y a juzgar por su primera expresión, algo iba mal.
Que eran auténticos, legales, que estaban en regla, no había duda. Que correspondían al tiempo y el espacio del trayecto utilizado, tampoco. Entones, que sucedía para que aquel hombre, displicente, arrugara la nariz en señal de disgusto.
Pues sencillamente que no estaban validados.
(Otra aclaración sucesiva: Esto de la validación es una soplapoyez más de las que nos atan y esclavizan. Tú ya pones de tu parte lo suficiente con dejarte sangrar abonando cualquier forma de billete y la compañía debería disponer por la suya, lo necesario para saber en que circunstancia viajan sus usuarios. De todas maneras las afectadas desconocían esta norma.)
Bien, tratándose de personas de bien que ignoran los mecanismos ocultos para utilizar un borreguero, mostraron, con ejemplaridad, su total disposicióm a enmendar el error.
Opciones, a cual de ellas, más canalla:
Abonar una tasa complementaria u obtener otros nuevos, lo cual resultaba absurdo.
Descender una de las mayores, en la próxima estación a validarlos pero sin la seguridad de que el tiempo de parada permitiera el trámite, o, abandonar el tren para validar los tickets y ya legalizadas, viajar en el siguiente. (Desechada, pues llegarían tarde con el riesgo de faltar al examen).
Solución final: disgusto, escarnio y sendas denuncias, vía penal, por las causas expuestas.
Ahora, releemos la noticia de este ataque salvaje al revisor, curados por el tiempo, que lamentamos, deseándole una pronta recuperación, y, esperando que no se trate del mismo, pues, por nuestra parte, ya está perdonado.