¡Cuan farsantes y ventajistas somos ante la irreprimible fuerza de nuestros deseos!.
Y que difícil resulta, entonces, renunciar a lo que anhelamos, imperiosamente. A aquello que en un rápido proceso de apropiación y consecución, idealizadamente, nos conviene.
Casi que nos corresponde, por derecho; postulándonos como merecedores naturales, de ello.
Por la ley del embudo.
Hay que ver cuan indulgentes y benévolos somos.
Como combinamos y retorcemos los hechos, las condiciones, los supuestos, para que una serie de acontecimientos, de manera tramposa en el solitario de nuestros intereses, a sabiendas, confluyan, con la visión más optimista, y, encajen en el fin que pretendemos.
No hay barreras, ni competencias, ni limitaciones. O nosotros o nadie. Tal vez, el diluvio.
Luego, la cruda realidad se impone derrumbando el castillo construido de falsas ilusiones, de vanas esperanzas, y nos aferramos, al otra vez será, y nos conformamos, pues bien mirado, no era lo acertado, lo oportuno, en una nueva comprobación de que la zorra cuando no alcanza las uvas, se consuela con que estén verdes.
(Cuando no sepas de que hablar, ni hayas hecho la Mili, ni por tanto contarla, acude al refranero. Es fuente inagotable de sabiduría caduca/caducada, además es barato, está al alcance comprensivo de cualquier interlocutor, y, da como un aroma a chanel manchego nº 5. Créeme, vale la pena. Ataca por ahí. Es mejor que permanecer callado, o, entregar el papel del examen en blanco.)
Fulgen.
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