Frecuentamos ciertas cafeterías con asiduidad, siendo tolerados, y conocemos hoteles de fácil acceso, donde colarse, y, disfrutar del alto standing de un 5 estrellas, (pena da, embadurnarlo) pero, precisamente, porque te ven venir (y salir), te revienta, que, sin atreverse a decirte ni pío, piensen: mira, ya está éste por aquí, otra vez, a cambiarle el agua a las aceitunas.
Desahogarte en cualquier bar es lo más socorrido, pero resulta un contrasentido entrar a repostar líquido, si lo que urge, sea, precisamente, soltarlo.
Si no me canso de repetirlo: tu no puedes beber agua si tienes ganas de orinar.
De donde copiamos
Ahora, afloran en la entrada de tascas y baretos, carteles, reservando los servicios exclusivamente para clientes; haciéndose preceptiva, por tanto, la consumición, y, anda el personal, con la vejiga a reventar, reacios, descolocados, al enfrentarse a esa tremenda disyuntiva.
Extinguidos los viejos urinarios, donde habías de vigilar el mandao, si no querías que una mano ajena te lo sujetara, y, sin una política municipal de instalación de cabinas urbanas higiénicas,
(Foto robada en los Campos Elíseos, y, no es coña, en misión especial por un asunto de faldas, escabroso, donde se ponen a prueba los bajos instintos del ser humano, en medio de una tórrida pasión que a buen seguro no interesa a nadie y tal..)
aquí hay negocio, (y alivio al paro), con una regulación nueva, revolucionaria, autorizando mingitorios como servicio público, pero financiados por particulares, a la manera de los actuales locutorios, pero pulcros, perfumados, sanitizados, con una encargada al frente, luciendo delantal y unas tetas de antigua carnicera, y donde sea obligatorio dejar una moneda a cambio de consumir nada.
Fulgen.
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