A diferencia de los escritores que, comúnmente, inventan una desaparición ex profeso para enganchar al lector, el titular del cuadernillo interior del diario dominical, me escupía, con la curiosidad instintiva que se recibe la imagen de un desnudo, como un reto, -un motivo real-, sujeto, al ideal que uno mismo desearía fabricar, para abordar cualquier investigación:
"Un Misterio que dura casi 50 años - El rico que se esfumó".
Y abundaba, seguidamente, sobre los pormenores que envolvían el inexplicable suceso; esperados, por otro lado, pues condensaban los tres ingredientes necesarios para haberse producido: riqueza, riqueza y riqueza.
Es decir, que el desaparecido hubiera sido reclutado por el espionaje norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, que su hermana fuera asesinada meses después en Pensilvana, o que fundara una empresa de seda en Tailandia, y, se le atribuyeran negocios poco claros en torno a su acreditada marca, son trazos accesorios, que, completan el retrato del personaje, pero el grueso del dibujo ya estaba hecho: era un hombre rico, y, esa condición, fue determinante, sin duda, para su oscuro, y, seguro trágico final.
Cuesta imaginarse, desde una perspectiva de clase media, las complicaciones que representa tener dinero a espuertas, y, los peligros asociados a su posesión, como, lo es, explicar, el vértigo producido por las alturas, cuando uno está a ras del suelo. Este ejemplo es una solemne tontería, pero, incluso, las sandeces, como los relojes parados, que, en algún momento reflejan la hora exacta, esconden, por su propia simplicidad y candidez, algo de veracidad.
Me encontraba en ese estado que la sabiduría popular define "con no saber si buscar criada o ponerme a servir" no por motivo de inestabilibilad o indecisión sino, más bien, gracias a un pasotismo impropio de mi edad. Había devorado, releyendo, en las últimas semanas casi toda la bibliografía de Vázquez Montalbán, a través de su alter ego, Pepe Carvalho, y con una dosis menor de lectura del detective que Alonso Quijano, "Quijada o Quesada, que en esto no hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben", en el tema de caballerías, ya tenía el gusanillo de la investigación incubando.
Como sucede con el estribillo de algunas canciones que se incrustan en tu mente resultando difícil desprenderte de ellas, convivir con el investigador me daba una visión literaria de las cosas, y, me sentía imbuido, de golpe, con la sabiduría de un cursillo acelerado en investigación, resultandome sus personajes, a fuerza del repetido contacto y porque la lectura ofrece ventajas sobre la imagen, fijando consistentemente los hechos, tan próximos como familiares propios que solo se frecuentasen, como el turrón, por Navidad.
Ayer tarde, en pleno proceso de imitación, me desplacé a Vallvidrera y aunque la fisonomía del barrio no pudo sustraerse al boom y el mamoneo inmobiliario, ofreciendo otra imagen renovada respecto a las novelas, su inalterable enclave sigue proporcionando una visión panorámica de la ciudad, desparramada, servil, a sus pies, que desde allí arriba, y, teniendo en cuenta, la hora de barajar opciones para la cena, se me antojaba como una inmensa e inacabable pizza margarita, donde el neón se correspondía con los ingredientes de color, salpicados, destacando y emergiendo sobre el maremágnum de masa y masificación de la ciudad y la torta de su base.
Y esta mañana, a esa hora dual, cuando la inmensa mole, se despereza, confusamente, dudando si abandonamos la noche o nos adentramos en ella, he respirado el viciado frío aire de La Rambla, convirtiéndome, al expulsar el vaho de la respiración en ocasional fumador, recorriendo con la solemnidad debida a un santuario, las calles Carmen, Hospital y adyacentes, junto a las callejuelas que bordean el mercado de La Boquería, cruzándome, en mi periplo profanatorio, con personajes auténticos, perfectamente, extraídos de cualquiera de sus exitosas aventuras.
Continuará...?